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En la tibia siesta estival,
debajo del dintel 
observo de reojo,
allá, adonde termina el patio,
la hamaca oscila pendular;
tus pies en alto,
en rítmico balaceo,
acarician el pasto 
que cosquillea entre tus dedos. 
 
Me río, 
sabiéndote cómplice, 
acepto la invitación al juego
y, mientras avanzo, 
me enredo en una repentina bruma
que ahonda la distancia;
naufraga tu figura en mis cuencas salinas.
y en un ahogado sollozo que tensa mi garganta.
 
Sentada en la hamaca que ya no se mece
en medio del pasto indómito y áspero.
Te veo traspasar el umbral
 
-Paloma, paloma, el que no se escondió…
 
No hay pasajes secretos, 
ni sótano,
ni altillo.
Nada es trascendente.
Todo es evidente
Todo es inmanente.
Te voy a encontrar. 
 
El cuerpo es jaula,
La jaula es casa
La casa es cuerpo.
La jaula aprisiona 
el silencio que se escabulle entre sus barrotes,
y los recuerdos que no tendremos.
 
Salgo, entro,
Qué más da.
-Piedra libre…
Te veo a cada paso 
entre salpicaduras de despojos
narradores de historias con final abierto,
activistas de añoranzas, 
de cumpleaños felices,
de asados de domingos,
de abrazos y consejos,
de noches de desvelo,
que no sé dónde almacenar.
 
Lo siento, virgencita,
no habrá más velitas.
No hay pasajes secretos, 
ni sótano,
ni altillo,
Nada es trascendente.
Todo es evidente
Todo es inmanente.
Vacía está la jaula, 
a su lado, anida el colibrí.

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Luciana Silvestri

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