top of page

Sin duda, como escribía Feuerbach, vivimos inmersos en un tiempo que prefiere la imagen a la cosa, la representación a la realidad, el simulacro y la copia al original. El desierto de lo real puede entenderse, por una parte, tal y como lo entendió el propio Baudrillard, como esos “vestigios de lo real”, desechos de una realidad que se confunde y diluye en una serie ininterrumpida de imágenes, de “prótesis simbólicas” como las define Ramonet, que van configurando nuestro universo simbólico-cultural. Por otra, a la manera de Zizek, retomando la sentencia de Morfeo en Matrix, lo real es esa suerte de espasmo, de realidad gris y vacía, que se abre en el momento que nos desconectan del mundo artificial de los simulacros y la ficción en la que nos hallamos insertos. Demasiado real, especie de  plus que se añade a lo real y que nos enfrenta directamente con ello, sin intermediaciones simbólico-lingüísticas de ningún tipo. Detengámonos un momento en este concepto. La vida de las sociedades dominadas por las condiciones de producción del capitalismo tardío se encuentra inserta, nos advertía Debord, en una lógica de absoluta representación. En ellas, todo lo vivido se convierte en ficción; las relaciones sociales son suplantadas por la imagen o simulacro invertido de una realidad inexistente.

​

Si el encuentro directo con lo Real produciría, para Lacan, la psicosis; es decir, si no somos capaces de simbolizar la Cosa misma, conceptualizarla, imaginarla o traducirla al orden del lenguaje, es más que probable que caigamos en el delirio (“no hay sentido posible ni acceso racional” a lo Real, afirma J. Sáez).

​

​

CAROLINA MELONI GONZÁLEZ, "IMAGEN, SIMULACRO Y BARBARIE: ESTRATEGIAS DE DESREALIZACIÓN DEL OTRO EN LAS SOCIEDADES DEL ESPECTÁCULO", Universidad Europea de Madrid.

bottom of page